“A la danza se la festeja bailándola, reconociéndola en otros y dándole el lugar que se merece”
Juan Pablo Ledo volvió a los escenarios el 5 de abril pasado tras dos años de ausencia obligada por la pandemia. Y regresó como primer bailarín del Ballet Estable del Teatro Colón, rol que ocupa desde los 24 años, para abrir la actual temporada del reconocido coliseo porteño con Giselle, pieza icónica del ballet del Romanticismo, junto a la bailarina Macarena Giménez y bajo la dirección de Mario Galizzi.
Una vuelta que toma una dimensión especial ya que Juan Pablo, que vivió hasta la adolescencia en Villa Adelina, fue distinguido con el Premio Konex 2019 al “Mejor Bailarín” de la última década y como “Personalidad Destacada de San Isidro”, se convirtió así en el primer bailarín que a los 40 años ocupa el citado rol en el Teatro Colón, que él define con autoridad como su propia casa.
Una vida artística profesional que comenzó a cristalizarse a los 16 años cuando ingresó en la escuela de ese teatro porteño y que, de ahí en más, lo llevó a recorrer y lucirse en las mejores salas del mundo. Tuvo como parteners a Eleonora Cassano, Paloma Herrera, Karina Olmedo y Ludmila Pagliero, también acompañó a solistas del Birmingham Royal Ballet, llegó al David H. Koch Theater’s, en el Lincoln Center, donde baila el New York City Ballet, hizo galas en Los Ángeles y fue invitado a los festivales de Miami, La Habana, Italia y Canadá, entre otros lugares. Además, en forma paralela a la exigente rutina de un bailarín profesional, tuvo tiempo para estudiar y recibirse como abogado en la UBA.
-¿Qué emociones te atravesaron en tu vuelta al escenario después de dos años de ausencia obligada por la pandemia?
– Cuando en febrero empezamos con las actividades estaba lleno de incertidumbres y dudas. En verdad, no sabía si mi cuerpo iba a poder cumplir con tamañas exigencias, muchas más cuando me colocaron en el elenco del estreno y siendo cabeza de la compañía. Cada día era sufrir, aguantar, resistir, atenderme con masajes como nunca antes me había pasado debido a la inactividad obligada. Desde los 16 años siempre me tomé dos semanas de vacaciones al año, ni siquiera tuve la necesidad de parar por lesiones. Por supuesto, volver a las clases todos los días, reencontrarme con los compañeros y volver a pisar el escenario del Teatro Colón fueron emociones muy fuertes. Giselle lo había bailado en su momento con Paloma Herrera, pero esta vez fue distinto, porque me encontró en una etapa de madurez. Eso hizo que pudiera desarrollarlo de otro modo, de una forma más introspectiva y, a la vez, muy a flor de piel. Hubo mucho trabajo y concentración, y el foco puesto en saber escuchar el cuerpo como nunca antes lo había hecho, conocer cuál era mi límite diario en la ejercitación para luego volver a exigir el cuerpo. Después de la primera función, lógicamente, estaba un poco dolorido, pero a partir de la segunda todo funcionó a la perfección. Y todo es todo, desde lo personal hasta las respuestas muy positivas de las críticas de los diarios más reconocidos del país, que hablaron no solo de lo bien que me vieron físicamente, sino también en cómo había respondido en el primer rol de una obra muy argumentativa, una de las obras blancas más conocidas y representativas del repertorio de ballet de estilo romántico.

-¿Cuál es el secreto para seguir vigente tanto tiempo en el primerísimo nivel?
-Tiene que ver con un trabajo inteligente desde muy chico. Uno está dotado por Dios, pero a ese don recibido lo fui llevando en el tiempo con mucha seriedad, en cada clase diaria, sin faltar, con ganas de ensayar, probarme y competir sanamente. Eso hizo que pudiera mantenerme, es el resultado de lo bien que traté al cuerpo y a la profesión. Creo que con la danza me fui haciendo cada vez más sabio en el trabajo cotidiano, en conocer mis límites del día para superarlos al día siguiente y, sobre todo, siendo muy coherente con lo que la música me pidió. Para el bailarín, la nave insignia es la música, es ella quien nos guía. Por eso, el respeto por la música, por el ensayo y por la historia del ballet. Respetando esos tres pilares pude llegar muy bien a este presente. ¿Vos sabes lo terrible que hubiera sido llegar a esta altura, después de tantos años de oficio, con blancos o lagunas culturales, coreográficas o técnicas vinculadas con la resolución de ejercicios del ballet? Sería terrible. Es hermoso haber llegado a los 40 años con un montón de materias asignadas y aprobadas.
Giselle habla de amores, muertes y fantasmas, y del duque Albrecht (el rol interpretado por Ledo) que abandona su círculo de nobleza y se disfraza de campesino para enamorar a Giselle, pese a estar comprometido con otra mujer. La muerte de Giselle la convierte en una Willi (a causa de haber fallecido traicionada por un hombre), uno de esos espíritus que vagan por el bosque de noche en la búsqueda de hombres para matarlos a modo de venganza. El mismo bosque en el que Albrecht decide internarse para llevar flores a su tumba y pedirle perdón.
“Más que un bailarín, me siento un artista.”
JUAN PABLO LEDO
-Se dice que fue el mejor rol que se recuerde de vos, más introspectivo, más sensible y con más matices.
–Giselle no es un ballet para cualquiera porque requiere de mucho conocimiento de la obra y su historia. Es clave que el bailarín conozca cuándo se compuso y cuándo se estrenó, y cuáles fueron las músicas del momento, entre otros conceptos. Todo eso es parte de su cultura y es necesario que lo conozca para lograr una excelente interpretación del rol… De todos modos, yo estoy para ser actor más que un bailarín que puede levantar una pierna y girar, hacer tres o cinco piruetas o una batería espectacular. Eso es técnica, ejercicio diario, yo estoy para darlo todo como actor. Eso fue lo más lindo que me dijo la gente al finalizar las funciones: Sos un gran actor, Juan Pablo, la forma en cómo contás, cómo expresás y transmitís, y también la forma en cómo ejecutás los pasos. Más que un bailarín me siento un artista.
-También ofreciste una función de Giselle en versión para niños y niñas, ¿qué sentís al ver público muy joven en las butacas?
-Nosotros bailamos para poner nuestro don al servicio de los demás, para que lo disfruten todos. Por eso, es hermoso ver gente joven en la sala. Es la posibilidad de contagiar sueños a otros. Ser parte de esa función me dio mucha alegría y tranquilidad porque sé que es una semilla que se siembra. Sembrar y contagiar para que esa semilla se multiplique.

-¿Qué reflexión te merece el Día Internacional de la Danza?
-No es solo un día de festejos, es una fecha que nos reúne a todos los bailarines y nos llama a decir estamos presentes, que la danza sigue viva y se sigue retroalimentando. Es un día para seguir confirmando que sin la danza el mundo no es posible, que es la mejor intérprete para cualquier tipo de música y que tiene nombres y apellidos que van dejando su huella en el tiempo. Desde los 16 años, cuando comencé con la danza profesional, siento que soy un abanderado de la danza argentina y un embajador de nuestra cultura en cada lugar en el que me ha tocado estar, desde Europa, Estados Unidos o Sudáfrica, no importa cual.
“Sin la danza el mundo no es posible”.
JUAN PABLO LEDO.
-¿Cuál sería la mejor forma de celebrarla?
–A la danza se la festeja bailándola, reconociéndola en otros y dándole el lugar que se merece. Aún tenemos muchos desafíos por delante, seguir trabajando políticas culturales enfocadas al desarrollo de la danza para que el semillero en nuestro país tenga la debida cabida en diferentes centros teatrales. Es una cuenta pendiente que tenemos como nación federal. No todas las provincias cuentan con buenos teatros, infraestructura, maestros y prácticas. Es una gran deuda pendiente. La danza y la música, igual que el deporte, son actividades centrales para cualquier persona. No somos robots ni animales, tenemos una conciencia y un espíritu por alimentar, y un alma por educar.
+ Por iniciativa de la Unesco, el 29 de abril se conmemora el Día Internacional de la Danza en homenaje al natalicio del coreógrafo francés Jean-Georges Noverre (1727/1810), formado en la Escuela de la Opera de París y considerado el padre del ballet moderno.