El ciclo Workshops de Letras propone una cita mensual de sábado por la tarde con destacados autores.
Fabián Casas va y viene de su bolso deportivo blanco. Saca y guarda un libro tras otro. Camina en torno de la mesa, lee en voz alta, recita en voz alta, pregunta. Salta sin red de John Ashbery a Borges. Provoca y está bien. Los catorce jóvenes participantes de El taller nómade toman nota, piensan. Ocurrió ayer, de 14 a 17, en el marco del ciclo Workshops de Letras, de la Secretaría de Cultura y Ciudad de San Isidro, en uno de los salones de Casa Museo Alfaro, Ituzaingó 557, con vistas al patio con aljibe.
“A Borges no le importaba la originalidad, es lo primero de lo que nos tenemos que liberar, porque en la literatura podés ser un soldado que piensa que la estética contraria es enemiga y que hay que liquidar al escritor que escribe diferente o ser un soldador que mixtura estéticas diferentes y toma de todos. Hay que copiar, robar, afanar, modificar”.
FABIÁN CASAS, con bienvenido tono provocativo, tras leer En la granja del norte, de Ashbery.
Dice que Lacan es un poeta hermético, porque nadie lo entiende. “Lacan es una máquina de producir poesía. Lo leo y todo el tiempo se me ocurren un montón de ideas que no llego a entender. Eso te hace avanzar, emancipar”, asegura. Y habla del correlato objetivo: “no se trata de explicar, sino de mostrar, cuando escribís todo liquidás el texto, en cambio hay objetos, situaciones, músicas que traen la emoción sin explicarla. Los objetos están impregnados de nuestro ADN. Trabajen usando el correlato objetivo”, alienta y lee en voz alta Retrato proletario, de William Carlos Williams.
“…y el zapato en la mano. Examina atenta su interior. Y saca la plantilla de papel para buscar el clavo que la lastimaba. La condición social de esta mujer y la parte política del poema está en un solo objeto, el zapato. Es genial”.
Y habla de habla de Verme, de Leónidas Lamborghini, un poema que lo obsesionó y estudió a fondo. Lo lee para todos, respetando el modo en que está escrito, en una larguísima y delgada torre de palabras mal cortadas y en el centro de la página. Parece alguien que está aprendiendo a leer.
“La genialidad de Leónidas es que el poema entra en el trance del tipo, el poema es eso mismo que le está pasando a esa persona. Este poema amplia la percepción de la poesía. Es un gran esfuerzo leerlo, pero vale la pena, te saca de la zona de confort”, sostiene y sigue: “¿Conocen el caburé?, es un pájaro que se pone al lado de otros pájaros y canta de tal manera que los hipnotiza, y cuando eso ocurre les salta encima, les pica en la cabeza y les come el cerebro. Eso mismo hace Leónidas”, afirma a modo de elogio.

Luego sonríe porque va por la decimoquinta recomendación, todas para esa misma noche. Zona (Apollinaire), El indigno (Borges), La vida breve (Onetti), El solicitante descolocado (Lamborghini), La defensa (Nabokov) y siguen…
De Sergio Raimondi elige Qué es el mar. Dice que trabaja el materialismo dialectico en sus poemas “…de las estadísticas irreales del INIDEP o el desfasaje entre jornal y costo de vida desde el año mil novecientos noventa y dos, filet de merluza de cola, SOMU y pez rata… Su operación mental es salir del lugar común de la descripción lírica del mar. Al poeta hay que descubrirle su operación mental, no su retórica”, aconseja y se abre a preguntas.
Responde que la poesía es transformar el dolor en aventura, y que también es desapego (“es posible que cuando termines el poema nada quede de la muerte de tu mamá”); que la corrección en literatura son conjeturas e incertezas personales (“nadie se puede agenciar el magisterio sobre la literatura”), que la literatura es un terreno inestable (“el que cree que anuncia algo definitivo es un tonto”), que al poema hay que hacerle preguntas y que “tienen entradas, ventanas, olor, música y son táctiles”, que para escribir un poema hay que “ir a vivir al poema”, y que se para frente a un poema como si estuviese con una maquina (“debajo de un auto, y ahí trabajas los sentidos, los sonidos, cómo potenciar una imagen”).
También dice que un clásico puede ser un contemporáneo (“un clásico es alguien que establece las formas en las cuales será leído”), que un ensayo puede ser cualquier cosa, desde un poema hasta robar un banco (“Michel de Montaigne ensayaba sobre los mocos, y también sobre el valor y el coraje”), y volvió a la figura del soldador.
“Borges lo pensó y entendió rápidamente. El primer libro que leyó fue El Quijote, pero lo leyó en inglés. Nos está diciendo algo muy liberador, que podemos hacer cualquier cosa. Para ser un escritor argentino no tenés que estudiar a todos los escritores argentinos. Tu tradición puede ser Ashbery o un japonés. La tradición de Aira viene de las artes plásticas y su inspiración es Duchamp, por eso su obra son más de 80 textos que se pueden leer como una performance. Su obra es Duchamp y los comics. No tememos porque venir de Don Segundo Sombra”, sostiene y guarda el último libro en su bolso blanco.