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JAMES BOOGALOO BOLDEN, EL LEGENDARIO TROMPETISTA DE B.B.KING, EN SAN ISIDRO JAZZ Y MÁS

ADEMÁS DE UN GRAN CONCIERTO EN EL Museo Pueyrredón, OFRECIÓ UNA CHARLA IMPERDIBLE EN EL MUSEO BECCAR VARELA. 

Ayer, poco antes de subir al escenario del Museo Pueyrredón como parte de festival San Isidro Jazz y Más, James Boogaloo Bolden, trompetista durante 36 años de B.B. King, ofreció una charla en el Museo Beccar Varela donde habló de su relación con el Rey del blues, de sus orígenes y de su pasión inalterable por la música. Sentado en el patio del aljibe, colmado de jóvenes, Bolden se presentó formalmente, dijo que nació en 1950, en Houston, Texas, que tiene tres hermanas y un hermano, y que su sobrenombre se lo puso el mismísimo B.B King, en 1979.

“Empecé a tocar la trompeta en 1962, con 12 años, pero no fue una decisión mía. En mi casa había música todo el tiempo. Tengo familia en Louisiana y estoy emparentado con Buddy Bolden, uno de los pioneros del jazz. Crecí en torno de una iglesia bautista, cantaba en el coro, donde mi madre tocaba el piano y mi padre también cantaba. Tenía la música religiosa dentro de mí”.

Esta figura insoslayable del blues que obtuvo cinco Premios Grammy, empezó a tocar la trompeta a los doce años en la escuela secundaria y luego se perfeccionó en la Universidad de Texas.

“Tengo entrenamiento en música clásica, pero creo que no vinieron a saber de mí, sino de B.B. King”, agregó sonriente Bolden, que antes de unirse a B.B. King fue parte del grupo de Duke Ellington y subió al escenario con Stevie Wonder, Diana Ross y The Supremes, entre otras estrellas de la música.

“Con Ellington tenía solos todo el tiempo, pero cuando empecé con B.B. eso se acabó. Al principio, mi única oportunidad para mostrarme era cuando él nos presentaba individualmente. Tenía dos compases para tocar. Entonces, empecé a bailar y fue en ese momento cuando B.B, como siempre me veía bailar, empezó a llamarme Boogaloo que es un tipo de danza. Una vez estábamos en el micro y alguien me dijo que dejara de bailar porque distraía al resto de la banda, pero B.B., que estaba sentado más atrás, se me acercó y me dijo: No dejes de hacerlo, y desde ese momento empezó a darme solos”.

Bolden recordó que, con el tiempo, King lo empezó a llamar hijo (se unió a su banda con 29 años, cuando B.B. King tenía 52), que con él dio la vuelta al mundo cuatro o cinco veces, que un año tocaron 142 días, todas las noches, y que realizó al menos cinco conciertos para presidentes de los Estados Unidos. “Fue un padre para mí, un gran mentor, en la parte de atrás del micro tenía su propio salón, ahí nos tocaba su música y nos mostraba qué quería de nosotros”.

“B.B. tenía una idea, la escribía, pero el resto se hacía en el estudio. Tocaba un poco la guitarra y luego dejaba que la persona expresara su música. Tenía una línea establecida con la batería y con el bajo, pero el resto era improvisación. No tardábamos mucho en grabar. Siempre nos decía: No se preocupen por la audiencia, concéntrense en mí y síganme. En el escenario –recordó- nos daba instrucciones que el público no advertía, se movía con la guitarra hacia un costado u otro y nosotros sabíamos que quería que hiciéramos, además, oyendo su voz nos dábamos cuenta si debíamos subir o no el volumen. Improvisaba todo el tiempo. Los discos los hacía cómo se lo pedía el sello, pero en el escenario hacía lo que realmente quería, cómo le hubiese gustado que quedara en el disco”.

A Pappo, que en 1993 fue invitado por B.B. King para tocar juntos en el Madison Square Garden de Nueva York, lo recordó como un niño, “la pasamos realmente muy bien juntos”, y de su rutina de entrenamiento con la trompeta comentó que en la escuela secundaria practicaba al menos cinco horas diarias y cuando no había clases, 14 horas, todos los días. “Cuando estás viajando no hay mucho tiempo para la práctica, solo una hora diaria y algunos momentos para ejercicios isométricos y mentales”.

Poco antes de viajar a la Argentina, Bolden resbaló en su casa y cayó al piso de cerámico. Por el accidente, su dentista tuvo que implantarle un diente. “Ahora tengo que aprender a hacer el sonido correcto porque este diente no vibra como el original y lo mismo pasa con los labios internos que no cicatrizaron del todo. No puedo llegar a las notas altas ni bajas, siempre uno está aprendiendo”, dijo con una sonrisa y siguió. “Por cuestiones genéticas, hace mucho tiempo perdí tres dientes de adelante y cuando me los repusieron tardé dos años en aprender a tocar nuevamente. Le dije a B.B. que me iba a casa y que le dejaba un reemplazante, pero él me respondió: No, tocá cinco minutos la trompeta, que era el tiempo que podía hacerlo bien, tocá la pandereta y bailá. Así fue por dos años y él nunca se quejó y… ni siquiera me bajó el sueldo”, acotó sonriente.

Sobre el final, Bolden habló del último show de B.B. King, el 3 de octubre de 2014, en The House of Blues de Chicago. Recordó que cinco años antes había comenzado a sufrir por el alzhéimer y la demencia, que cada día se hacía todo más difícil y que le hizo prometer a la banda y a la vicepresidente de la agencia que solo lo iban a sacar del escenario el día en que él no pudiera llegar caminando al mismo.

“El teatro estaba lleno y el show debía empezar a las 9 de la noche, pero pasaron dos horas y no habíamos empezado. El asistente estaba tratando de que se vistiera. Como siempre, empezamos con los dos temas que la banda solía hacer al inicio, sola y sin él. Cuando B.B. apareció vi su cara vacía, se sentó en la silla y le acerqué su guitarra. Apenas pudo tocar unas notas y paró. La banda también de detuvo. En ese momento le habló a la audiencia un largo rato y luego, al fin, empezó a cantar, pero por momentos no se acordaba de la letra. Yo solía estar cerca de él y le soplaba las letras, pero esa vez no funcionó”.

Bolden alzó la vista y recordó en detalle el final de la leyenda del rhythm and blues que inició su carrera musical en la década de 1940, publicó más de 50 discos, obtuvo quince Premios Grammy, ingresó en el Salón de la Fama del Rock and Roll en 1987 y murió el 14 de mayo de 2015, a los 89 años, en Las Vegas, donde vivía, bajo un parte médico que reveló un cuadro de deshidratación y agotamiento.

“Los dedos no los tenía en los lugares correctos de su guitarra, como si nunca la hubiese tocado. Al darse cuenta de que no podía más empezó a hablar nuevamente. El público fue maravilloso, nadie se quejó, nadie lo criticó. Vi que se estaba cayendo, le toqué el hombro y le quité la guitarra. Cuando esa noche entré en su camarín lo encontré acostado en su sofá. Le pregunté cómo se sentía y me respondió: Boogaloo, todos los años que estuviste conmigo nunca te dije que estaba terminado, ahora sí lo estoy.

+ El festival gratuito San Isidro Jazz y Más tiene la organización de la Secretaría de Cultura y Ciudad de San Isidro con el apoyo de BBVA.

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