El Museo del Juguete de San Isidro se convirtió por una tarde en un Hospital de Juguetes, donde se reunieron personas de distintas edades dispuestas a ser solidarias y dar una mano con el medio ambiente.
Ayer por la tarde unas 350 personas, entre niños, niñas y adultos, sin matrícula ni delantal blanco, pero con muchas ganas de colaborar, se sumaron a esta actividad abierta, gratuita, solidaria y de cuidado del medio ambiente al reparar juguetes rotos o con faltantes de piezas que serán donados a entidades del barrio Santa Rita de Boulogne.
“La gente se enganchó mucho, trabajó, se divirtió y fue solidaria con esta iniciativa cuyo espíritu fue evitar que esos juguetes rotos y olvidados terminen en un tacho de basura. Fue un apostar por el medio ambiente y también comprometerse con niños y niñas que están necesitando de esos juguetes.”
ELEONORA JAUREGUIBERRY, secretaria de Cultura y Ciudad de San Isidro.

La Guardia recibió a los visitantes con cajas repletas de juguetes por reparar. Aviones sin hélices, muñecas sin piernas, autitos sin ruedas o con baterías que no cargan, superhéroes venidos a menos… Solo fue cuestión de empezar con la tarea. “Espectacular, entretenida. Mi hija agarró una muñeca y mi hijo ya está arreglando un muñeco. Me encanta que se persiga un fin solidario”, comentó entusiasmado Luciano Gasparini salido de la Guardia, instalada en pleno parque del museo.
En otra mesa, el sector de Lavado y Spa, con muñecas inclinadas y en plena sesión de lavado general, incluidas cabelleras. No muy lejos, un grupo de niños, niñas y adultos cosía sin cesar. Dos máquinas a pleno y un montón de telas, cintas, lanas, hilos, agujas, tijeras y pegamentos sobre la mesa.




“Ayudando a que los chicos y chicas armen la ropa de los juguetes, a rellenarlos otra vez. También hay moldes. Volver al oficio de hacer con las manos”, dijo Camila Vilcinskas, colaboradora del museo desde hace años, sin dejar la aguja y en la misma mesa donde las alumnas del taller de costura industrial del Centro San Ignacio de Loyola, del barrio vecino Santa Rita, también daban una mano.
En el sector Electro y Traumatología, bajo techo, donde la gente de La Desfábrica, expertos en estas cuestiones, trabajó a destajo y a la par de la visita, Ramiro Blacha ajustaba tornillos de un tecladito infantil de los años 80 o 90 que no encendía. “Una experiencia única, enseñar a reciclar, prolongar la utilidad de los juguetes, no generar más basura ¿Si me doy maña?, sí, un poco, de joven reparaba máquinas de fotos antiguas”, dijo el hombre, mientras su familia andaba de acá para allá en busca de nuevos pacientes.

En la misma mesa, Luis Molina Pacalagua, otro colaborador del museo y con experiencia en dar talleres de robótica y juego con tecnología en el Museo, lidiaba con un autito cuyas baterías no cargaban. Momento de chequear cables y contactos con la máquina ruedas para arriba. Juguetes rotos, algunos en buen estado, que el museo fue recolectando desde marzo/abril pasado tras pedirle a las escuelas que lo visitan, como colaboración, juguetes de las casas de sus alumnos. Objetos que luego fueron clasificados por temática, materiales y estado.
“Se podía traer un juguete propio roto, repararlo y llevárselo a su casa, pero el espíritu fue la acción colectica y solidaria, aprender a reparar, entender la importancia de alargar la vida de estos objetos en un mundo donde manda la obsolescencia inmediata y el descarte. Reparar juguetes es cuidar los objetos, algo que los museos sabemos hacer, pero también un gesto de cuidado hacia la infancia, el juego, hacia los otros y hacia el planeta en que vivimos.”
CECILIA PITROLA, directora del Museo del Juguete de San Isidro.


Los juguetes reparados serán donados al Jardín de Infantes N° 905, del barrio Santa Rita, y probablemente a otras instituciones educativas del barrio.
Una jornada que fue de 14 a 17, en la que también se armaron colecciones e historias para las piezas sueltas, y que encontró a Mara Gómez y su hija Juana en plena atención de una muñeca. “Vine a ver qué pasaba y me reenganché. Ni cabeza tenía la pobre. Ahora le estamos haciendo una bufanda. Tiempo de madre e hija reparando cosas para otros chicos, me encanta”, dijo la señora.
A metros Florencia Antonini y sus hijos de 6 y 3 años, le habían cambiado perno y rueda a un coche, y Diego Vigna tenía a Hulk apoyado en un carrito de bebé. “Le falta un brazo y encontré estos dos, veremos cuál le calza mejor”.


Más atrás, la caja para los dados de alta, colmada de juguetes listos para volver al ruedo. Cada cual con su Historia clínica, diagnóstico, sector al que fue derivado y dedicatoria para quien lo reciba, como la firmada por Lean y Cali, de 7 y 3 años, reparadores de un elefante de tela: Qué disfrutes mucho de este juguete, junto a un corazón dibujado y pintado.