en el marco del ciclo Workshops de Letras, invitó a indagar en la materialidad de los textos y de los recuerdos.
La cita de junio del ciclo Workshops de Letras convocó ayer al destacado novelista y poeta Julián López a la Casa Museo Alfaro, quien se puso al frente de Encuentro de lectura y escritura para usar las palabras. Una propuesta que convocó a cerca de quince personas de muy diferentes edades que salieron, tras tres horas de taller, con un texto propio debajo del brazo y una consigna final: volver al relato para seguir indagándolo.
Lectura y escritura, binomio indisoluble (e indispensable), según el autor de Una muchacha muy bella (2013), éxito de ventas, elegida por la Revista Ñ como la novela del año y traducida a varios idiomas. “Me interesa mucho la escritura como el posicionamiento del lector que somos. En la facultad tengo muchos estudiantes que vienen con la necesidad de escribir, pero no leen. Yo creo que un escritor es un lector, básicamente”, dijo López durante un pasaje del encuentro.

“La tarea de la escritura es la lectura. Todo el tiempo nos estamos posicionando como lectores, incluso cuando escribimos. Un buen entrenamiento de la escritura es entrenar la lectura, pero no por leer mucho o leer todo lo que hay que leer, sino como la posibilidad de leer las propias escenas de una manera nueva”.
JULIÁN LÓPEZ, autor de las novelas La ilusión de los mamíferos (2018) y El bosque infinitesimal (2022).
Su lectura en voz alta de un cuento corto de ficción de Margaret Atwood y un fragmento de un capítulo de la novela Las cosas que llevaban los hombres que lucharon, de Tim O’Brien, ex combatiente de Vietnam, sirvieron de despegue para entrar de lleno en el foco de su propuesta: ahondar en la materialidad del relato. ¿Cómo?, produciendo un texto propio, in situ y bajo una consigna: identificar un momento conmovedor de la vida de cada uno y escribir una escena inmediatamente anterior o posterior a ese suceso.
“Es importante identificar la materialidad y de qué está construida esa escena en el recuerdo, y desde ahí escribir un relato ficcional que ocurra antes o después de ese momento. Se trata de una estrategia para liberar la carga emocional, que eso emocional no quede como subsumido por esto que ya conocen, y que así la escritura pueda fluir sin ese peso de lo que uno ya sabe de sí mismo. Después, en casa –sugirió López-, la idea es volver a esa escena conmovedora y escribirla de manera distinta, nueva, tras haber hecho hoy este trabajo de indagación, de sacudir la memoria y merodear en ese recuerdo”.




Momento de escritura, de silencios solo interrumpidos por el paso de las biromes sobre el papel para luego, sí, compartir lo producido en voz alta. Una joven abre el juego: Me arrastré para salir, habían sido solo unos metros, pero mi cuerpo se sentía como si hubiera batallado horas contra la corriente, la ropa mojada se pegaba a mi cuerpo y me ubicaba en tiempo y espacio, con humildad. Hice unos pasos y caí sobre los pastos…
Julián escucha, dice que leer en voz alta es la delación total, pero que es indispensable; sugiere quedarse más en ese detalle, tirar más de la cuerda, afirma que los adjetivos interrumpen mucho la construcción de tal escena y agrega que “reescribir es ir tachando adjetivos”. Se entusiasma con un relato que no ofrece demasiadas pistas sobre lo que está pasando, que propone cierta cosa incierta; afirma que “la palabra humildad no expresa mucho, es mejor mostrar sin categorizar”, y pregunta: ¿Cómo abre la puerta el personaje?”. Invita a tocar, oler y mirar la escena una y otra vez. También, el docente en la Licenciatura en Artes de la Escritura de la Universidad Nacional de las Artes (UNA), los alienta a que no lo escuchen y tomen decisiones autónomas, en un acto de libertad que la escritura también necesita.
Relatos sobre la extrañeza de lo familiar, una sala de guardia y la mirada de un niño o una niña de 10 años ante la aparente inminencia de lo terrible, un abuelo judío que susurra (o reza) en un casa lúgubre, un viaje inesperado en la caja de una camioneta hacia un velorio de un muerto desconocido con lloronas incluidas y más…

“Me encantó. Muy interesante el cambio de mirada que se produjo en mí al volver sobre ese recuerdo. Me gustó lo que escribí, salgo con muchas ganas de seguir trabajando el texto”, comentó Paola Soto. “Es genial poder acceder a escritores tan reconocidos. Me llevo mucha tarea para casa”, contó May Cabrera, de San Miguel y en su debut en un taller literario.
“Escribo todos los días, lo que va saliendo, cosas que voy sintiendo. Vine con muchas expectativas y me voy con un montón de ganas de seguir escribiendo -aseguró Candela Frattalocci (19), la más joven del grupo-. Mi plan ahora es tratar de venir a todos los talleres del ciclo. Ojalá”.
“La escritura in situ es realmente muy compleja y, por suerte, todos escribieron su texto. Por eso, me voy muy contento”.
JULIÁN LÓPEZ, al frente del Workshop de Letras de junio, antes de dejar la casona histórica de Ituzaingó 557, San Isidro.