ENTREVISTA A Jorge Macchi: el destacado artista contemporáneo habla de la propuesta que lo traerá CENTRAL DE PROCESOS.
Dice que entró en la Escuela Nacional de Bellas Artes porque le gustaba y tenía facilidad para el dibujo, que no hubo influencias familiares y que no era de ir a galerías de arte o exposiciones. Pero todo cambió en 1983, cuando ingresó en la Prilidiano Pueyrredón, de la que egresó en 1987, y tomó contacto con el arte contemporáneo. Desde entonces, Jorge Macchi (1963) comenzó a una prolífica carrera, se convirtió en uno de los artistas contemporáneos más destacados de la Argentina, su obra fue exhibida en importantes galerías y museos nacionales e internacionales, y el Malba lo homenajeó con la retrospectiva Perspectiva (2016), que incluyó todos los formatos por los que transitó en sus más de 25 años de carrera, entre obras sobre papel, pinturas, esculturas, instalaciones y videos.
Por aquellos años, Macchi tenía su taller en La Boca, y por esas calles coloridas con aires de puerto caminaba en busca de chapas y maderas para sus montajes, relieves y collages. Un interés por el material de desecho encontrado en la vía pública que nunca abandonó del todo a este artista que transita las calles con los sentidos atentos, la mirada fina y el espíritu abierto.
“Cuando camino por la vereda suelo ir mirando hacia abajo, como si estuviera buscando algo, aunque, por supuesto, no todo el tiempo me muevo con esa intención. Pero, generalmente encuentro cosas que me interesan”.
JORGE MACCHI, artista visual.
Macchi transita con la avidez del arqueólogo urbano, pero sin necesidad de pala. Lo suyo está a ras del suelo. Así camina su barrio, en la zona de Warnes, en CABA, donde alternan comercios, locales de venta de repuestos de autos, casas particulares y algunos pintorescos bares. Ese es su paisaje y ahí asoma su taller, en la calle Olaya, donde por este tiempo piensa, y mucho, en Retour, la propuesta de Central de Procesos, de la Secretaría de Cultura y Ciudad de San Isidro, que desde mediados de marzo y hasta el viernes 30 de junio lo tendrá en el centro de la escena. Esa especie de laboratorio de articulación y conversación de artistas contemporáneos con sus audiencias que genera nuevos aprendizajes para todos. Al artista, puesto a reflexionar sobre su hacer para diseñar junto con la organización distintas estaciones de trabajo vinculadas con sus sendas creativas, y al visitante, que deja su rol de espectador para hacerse protagonista, arremangarse y ponerse en acción.

Sin embargo, su propuesta será toda una novedad para Central de Procesos. A diferencia de otras iniciativas que pasaron por la planta baja de la casa de la Avenida del Libertador 16.208, San Isidro, como la Sebastián Gordín, Ernesto Ballesteros, CHU, Nushi Muntaabski y muchos otros, lo suyo será más sinuoso y radical, casi un pedido desesperado de ayuda. “Ni siquiera la obra está terminada, está realmente en proceso. Por eso –sostiene-, la invitación al público que vaya a Central de Procesos es que me ayude a encontrar la solución, a poder terminar la obra”.
Pero hay algunas certezas, que esta experiencia será una especie de homenaje a una de sus obras icónicas, Buenos Aires Tour. “Buenos Aires Tour es un libro-objeto que intenta ser una guía alternativa de turismo de Buenos Aires. Alternativa porque sus itinerarios no pasan por lugares importantes de la ciudad, sino que están basados en recorridos determinados al azar”, explica el ganador de la Beca John Simon Guggenheim Memorial Fundation (2001) y representante de nuestro país en varias bienales, como la de Venecia de 2005.
Un plano de la ciudad con un vidrio encima, un clavo sobre el lugar donde estaba su taller por entonces, en las calles Santiago del Estero y México, y un martillazo con resultados imprevisibles: fracturas del vidrio que determinaron ocho itinerarios sobre los cuales Macchi situó 46 puntos de interés a los que luego se dirigió para recoger de la calle papeles y objetos, hacer anotaciones y tomar fotos. Convocados por él, también recorrieron esos 46 puntos la escritora María Negroni, que recolectó datos, entrevistó gente y escribió textos poéticos a modo de reemplazar los textos informativos de una guía de turismo, y el músico Edgardo Rudnitzky, que lo hizo en busca de sonidos.
El equipo trabajó con pautas claras: no informar, no ilustrar y poner el acento en lo provisorio. Una guía en la que solo algunas estaciones se corresponden con atracciones turísticas, como el Cementerio de La Recoleta, donde Macchi fotografió sombras de cruces, despojando al lugar de cualquier interés turístico y dotándolo de otro significado. El resto, puntos ubicados en espacios marginales o inhóspitos de la ciudad.
Con todo ese material compuso el libro objeto Buenos Aires Tour, que tomó forma de caja que en su interior conserva la guía, un CD-ROM que permite navegar y establecer links entre los puntos de interés; una serie de postales de fotografías tomadas por Macchi, una plancha de estampillas con la reproducción de la tapa de un libro encontrado en uno de los puntos, la reproducción facsimilar de un misal con anotaciones y otros elementos.
“También contiene el facsímil de un diccionario escrito a mano de alguien que estaba estudiando inglés. Lo encontré en la estación Riachuelo, tenía la entrada en inglés, y luego la pronunciación y el significado. Me pareció muy significativo”, expresa sobre esta obra próxima a cumplir dos décadas y que en los últimos tiempos lo tuvo masticando la idea de hacer una segunda vuelta. Sin embargo, no tenía (ni tiene) la menor idea de cómo hacerla.
“Nunca le encontré la forma, no sabía si debía ser un libro, una instalación, un sitio Web o una dirección de Instagram. Nada me cerraba y todo me parecía ridículo. Sin embargo, sí encontré una palabra interesante para mí: Retour, que podía ser el título de la segunda parte. Por un lado, significa retorno y, por el otro lado, es una especie de aumentativo, como cuando decimos Esto está rebueno, y también es una repetición”.
Macchi tenía esa palabra, pero nada de lo que recolectaba le daba pistas sobre cómo podría ser ese retorno. Así fue hasta que un día, andando por su barrio para ver qué encontraba, encontró un papelito escrito a mano.
-¿Qué decía ese papel?
-No recuerdo exactamente, pero era algo relativo con la Navidad. Empecé a pensar por qué uno escribe algo en un papel, lo arruga y luego lo tira en la calle. Obviamente, es un papel que uno escribe para recordar algo y, cuando no sirve más, se desecha. O sea, no es un mensaje escrito para alguien, sino que está escrito para uno mismo. Eso me interesó. Perdí ese papel, pero para mí fue el primer papel de Retour.
Un primer papel iluminador que, hace poco más de un año, derivó en muchos otros papeles escritos a mano, encontrados en la calle y que él conserva en su taller como un tesoro. Listas de compras, cartas de amor rotas, diagramas para comprar maderas, listas de remeras de equipos de fútbol. Cosas raras, dice. “En general, están todos arrugados. Hay algo extraño en arrugar y tirar en la calle esos papeles cuando pierden su función”, expresa.
Un papel encontrado en su manzana con una dirección lo llevó hasta la calle Guatemala, donde no encontró gran cosa, pero sí le disparó la idea de estación sin sentido, pero precisa, con una dirección concreta. Una idea de tour que se fue consolidando al encontrarse con más papeles que indicaban direcciones.
“Me dije: se está formando una especie de constelación desde mi taller hacia otros puntos en la ciudad. El nuevo tour no estaba predeterminado como en Buenos Aires Tour, donde había un esquema determinado por el azar y que me iba llevando a puntos precisos, sino que esta vez era un mapa que se iba haciendo en la medida en que iba encontrando esos papeles. Se estaba invirtiendo el proceso”.
JORGE MACCHI.
-¿En qué instancia estabas cuándo te llamaron de Central de Procesos?
-Tenía una colección de papeles, objetos y textos en una caja. Yo podía optar entre hablar sobre esos objetos con los que estoy trabajando ahora o hablar de la última muestra o de mi última obra terminada, de algo más armado. Sin embargo, en las charlas con las coordinadoras de Central fue surgiendo que lo más interesante que podía pasar era desnudar el proceso y decir: No encontré la forma, tengo esta caja llena de material y algunas pequeñas pautas. Ayúdenme a resolver la obra. Es una situación un poco angustiante para mí, porque no tengo la forma. De alguna manera, la gente va a contribuir a que encuentre una solución. Por eso, creo que esta experiencia será tan importante para mí como para la gente que vaya a Central.
“No encontré la forma, tengo esta caja llena de material y algunas pequeñas pautas. Ayúdenme a resolver la obra.”
JORGE MACCHI.
-¿Hay algo de tu propuesta que ya está definida?
-Todavía nada. Pienso de qué manera podría llegar a mostrar esta constelación. Podría, tal vez, armar una estructura con los papeles, donde el centro sería mi taller, y trazar líneas relacionando cada uno de los puntos. Incluso podría escribir algunas cosas vinculadas con esos encuentros. Sería como una especie de mapa inicial de Retour. Podría llegar a ser así o no. Sí me parece que es como si tuviera un sentido encontrar esas cosas, como si esas cosas me dieran una pauta de cómo actuar. Encontré, por ejemplo, un papel con un diagrama de un mueble con todas las medidas, seguramente alguien lo escribió para comprar madera en el local de enfrente; ahora, ¿qué hago con esto?…, tengo que hacer el mueble. No es una obligación, pero para mí es una pauta muy fuerte.
Macchi piensa en voz alta. Agrega que podría darle las instrucciones a un carpintero para que haga el mueble y exhibirlo en la sala. “Un mueble que no resulta de un deseo funcional mío, no necesito un mueble de cocina, sino que es algo que se impone como una especie de orden desde la calle. En ese mueble, con el papelito al lado, podríamos ver la relación entre las instrucciones y lo real. Por otro lado, hay muchos papeles escritos a mano y nos gustaría convocar a un grafólogo para que haga estudios sobre las características de personalidad de las personas que los escribieron”.
-¿Y en cuanto a la participación de la gente?
-Es más complejo. Eso es responsabilidad mía y también de las coordinadoras. Estamos pensando sobre qué pasa con esa persona que tira un papel a la calle arrugado porque ya no le sirve, y también en cómo las personas que van a participar se imaginan al autor de esos papeles, si es mujer, hombre, niño, qué formación tiene, qué intenciones tuvo al momento de escribirlo. En este objetivo que se propone Central sobre entender cómo funciona la cabeza de un artista contemporáneo, obviamente, habrá iluminaciones mías, pero también de las coordinadoras.
-En tu obra tiene mucho peso la resignificación de objetos y en esta propuesta esos papeles también adquirirán nuevos sentidos.
-Seguro. Creo que todos los artistas, usen el medio que usen, resignifican. La pintura en un pote luego se transforma en una pintura sobre tela. Hay una resignificación, una transformación. Algunos lo hacen de una manera más simple y otros de una forma más compleja, incluso hay artistas que ni siquiera lo piensan de ese modo, simplemente hacen y muchas veces lo hacen de una forma maravillosa, sin ser conscientes de ese cambio. No es necesario ser un súper intelectual para ser artista.
Transformación de ajustes y desajustes de sentido, de objetos que cambian de contexto, función y escala. Macchi aísla los objetos de su funcionalidad para generarles cierta oscuridad, misterio y extrañamiento.
“Desde mis primeros trabajos existe un interés en resignificar eso que fue encontrado en la calle, de hacerlo formar parte de otra estructura y llevarlo finalmente a una galería de arte. Se produce una gran metamorfosis. Eso me parece muy emocionante y muy interesante, el cambio en la percepción de esos objetos, provocar algo en ese objeto que hace que sea visto de otra manera”.
JORGE MACCHI.
-Los textos y la música juegan un papel importante en tu obra, ¿Cuándo se inició esa relación?
-A comienzos de los 2000, cuando empecé a trabajar intensamente en teatro (hizo escenografías para Alejandro Tantanian, Rubén Szuchmacher y otros). Hasta ese momento trabajaba en mi taller y solo, pero en el teatro advertí que hay una forma de trabajar totalmente opuesta en la que cada uno hace una parte y luego todo eso se estructura a través de un director o de una puesta en escena. Hay colaboración, cada uno aporta desde su experiencia. Me gustó cómo en el teatro conviven distintos lenguajes, sobre todo cómo conviven horizontalmente, sin prevalencia ni subordinación de un lenguaje sobre otro. Se retroalimentan y necesitan. En el caso de las artes visuales, la música le da a la imagen una dimensión que no tenía previamente. Es algo discutible, pero pareciera que las imágenes son más susceptibles de ser más adaptadas a una traducción. Uno ve una imagen y podría llegar a describirla con palabras, pero en una pieza musical ese proceso parecería más complejo, no se sujeta a la descripción. Entonces, en general, cuando lo musical interviene en instalaciones o está en relación con imágenes, le incorpora una dimensión que no se puede determinar fácilmente, suma misterio. Creo que, en general, cada lenguaje aporta algo nuevo, algo que no es reductible.
-¿Y qué ocurre con la palabra escrita?
-En general, cuando trabajaba con textos de periódicos encontraba como una lógica interna en la que ya no importaba tanto si se trataba de textos policiales y escabrosos, de cadáveres y asesinatos, sino lo que realmente importaba era una relación formal entre esos textos. Esos textos no dejan de ser crueles, pero en la medida a que están sujetos a un esquema formal pierden, por momentos, su crueldad. Me parece que esa ida y vuelta entre la crueldad y la forma era lo que me más interesaba en ese momento respecto al texto.
Macchi cree que en Retour los textos podrían serán los mismos que aparecen en los papeles. No habría intermediaciones, pero sí empezó a trabajar con Rudnitzky, que reside en Berlín, en algunas grabaciones que podrían (aún no se sabe) sumarse a la experiencia de Central. No se le presentan dudas cuando afirma que Buenos Aires Tour, que devino en una instalación y es una de sus obras más importantes y preferidas.
“Me gusta todo el mecanismo de esa obra que responde, de algún modo, a los mecanismos del Universo, del Big Bang. Hubo una ruptura inicial y luego una especie de ordenamiento en base a esa ruptura, a las resquebrajaduras del vidrio, y de ir al encuentro de cada uno de esos puntos”.
Pero hay una motivación más para poner a esa obra en un lugar preferencial, un argumento más personal. Hasta 2000 viajó mucho, participó de diversas becas y residencias para artistas en distintos países e intensificó su vínculo con la escena artística internacional. Por entonces, creía que Buenos Aires no era su lugar en el mundo para trabajar, sino un puente para hacerlo en otro lado, en Europa o en Estados Unidos. Prejuicios, dice. Y aclara.
“Siempre me sentí algo incómodo viviendo en otros países y después de una experiencia bastante larga en Inglaterra y en Holanda regresé a Buenos Aires y dije: Basta, no quiero seguir dando vueltas por el mundo. Fue una decisión concreta y firme la de volver, y desde ese momento empecé a pensar en Buenos Aires Tour, algo que no parece casual. Esa obra, de alguna manera, tiene relación con ese deseo de que esta ciudad sea mi ciudad permanente”.
Macchi se para y regresa con la caja donde tiene los papeles. Casi todos arrugados, algunos manchados, tachados, de todos los tamaños. Los saca para mostrarlos. Una tortilla y una milanesa en un pedido gastronómico, dibujos de corazones, una serie interminable e indescifrable de números tachados, una playlist de música en casetes TDK, de Janis Joplin, Naked City, Juan Carlos Baglietto y Nito Mestre; una guía de Mis ladrillos, pedidos de camisetas de futbol, un mapa de La Habana con varias anotaciones, números telefónicos, una constancia de trámite de certificado de estudios, direcciones, un mensaje sugestivo: No digas el nombre, por Mirta Ramírez. Otro: Si tuvieras que cargar troi con momentos de alegría y felicidad, ¿cuántas cargarías? Llegarías a las 8. ¿Qué es un troi?, pregunta con una sonrisa.
-¿Qué opinás que desde un ámbito oficial se propicie una experiencia como la de Central de Procesos?
-Es raro que ocurra, pero me parece muy bien. El arte contemporáneo siempre aparece como algo oscuro y que no se entiende del todo. Cómo hablar de arte contemporáneo sin caer en esos lugares comunes. Me parece interesante que en este caso se muestre un proceso, ni siquiera una obra terminada, un proceso. ¿Por qué un artista pone un punto en una tela y se acabó?…, hay todo un pensamiento detrás. Más que entender porque una tela con un punto, lo importante es ver todas las decisiones que llevaron al artista a hacer ese punto en ese lugar.

“Hice conferencias y visitas guiadas a muestras, pero nunca participé de una instancia educativa como la que me propuso San Isidro, y menos con un trabajo mío y en proceso. Quiero ver cómo se desarrolla, me intriga muchísimo.”
-Central de Procesos tiene un público heterogéneo en cuanto a edades, de adultos a muchos chicos y adolescentes, ¿es un desafío extra?
-Un grupo de chicos vino una vez a la residencia de artistas que estaba haciendo en Estados Unidos para recorrer una muestra que habíamos montado. Uno de esos chicos me hizo una pregunta fatal, terrible. Me dijo: ¿Cómo sabemos que vos sos artista?, creo que no le respondí (se ríe). Es que no tiene respuesta, una pregunta genial.